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Por qué cultivar la calma en nuestra vida

La calma no es algo que cae del cielo -aunque pensándolo bien y como hacen los contemplativos de diferentes tradiciones espirituales- si tomas un minuto para mirarlo, con presencia y quietud, de seguro comenzarás a sentirla.

Se define a la calma como un estado de tranquilidad, quietud, serenidad, ausencia de ruido, movimiento o agitación.

En el jardín de la calma la vemos como una práctica, un estado de silencio interior, un espacio propio, un momento para conectar con uno mismo, lejos del bullicio y la actividad del afuera.

Conectamos con la calma a través de pausas, de respiraciones profundas, de contacto con el movimiento y sensaciones de nuestro cuerpo.

Pausa, presencia en la respiración, contacto con mi cuerpo y sus sensaciones.

Pausa, espacio para reconectar y ver qué estoy sintiendo, qué necesito en este momento.

Pausa para renovarme, para soltar, para tocar la frescura del instante presente, completamente nuevo y desde el que puedo elegir qué quiero hacer.

Pausa, para recordar las herramientas y recursos que vamos aprendiendo para acompañar cada nueva emoción y momento.

“La calma, al igual que la felicidad, depende de lo que hacemos, no de nuestras circunstancias”

¿Para qué cultivar la calma?

Es el resultado de una mirada contemplativa de la vida. Acostumbrados como estamos a medir nuestros logros en términos de productividad, interminables listas de cosas y proyectos por realizar, olvidamos que el camino y la forma de andarlo son más importantes que la meta. El cultivo de la calma nos permite -en ese proyecto de vida que creamos-, detenernos a disfrutar el paisaje, nutrir nuestros vínculos, reconocer las habilidades y capacidades que poseemos y ponemos al servicio de los demás y de la vida. Nos lleva a mirarnos con claridad para así celebrar los logros, aprender de los errores, trazar nuevas rutas, movernos, danzar con lo que llega y disfrutar cada nuevo paso que damos, cada nueva experiencia, descubrimiento y contacto, haciendo nuestra vida más plena.

La calma es tremendamente contagiosa ya que las neuronas espejo reaccionan al tono, cadencia, volumen y respiración suave y profunda que usamos para practicarla. Así que te invitamos a cultivarla no solo para ti, sino en casa y con tu familia.

Para volver a la calma puedes:

  • Crear un rincón de la calma, un espacio en casa que sea cómodo e invite a bajar el ritmo y relajarse. Con cobijas, cojines, pelotas para apretar, cuentos, música suave
  • Haz pausas breves dentro de tu día, tantas como necesites. Siéntate -desde 1 minuto, 5 o 10- cómodamente y con la espalda erguida pero relajada, y observa el flujo de tu respiración.Puedes enfocarte en cómo se mueve tu diafragma, o las costillas al ritmo de la respiración, o sentir cómo entra y sale el aire por tu nariz.
  • Practica diferentes ejercicios de respiración

-Desde inhalaciones de 4×4 (inhala en 4 tiempos, retén 4 tiempos la inhalación, exhala en 4 tiempos, retén 4 tiempos la exhalación)

-Alarga tu exhalación para que sea más profunda que tu inhalación Inhala en 4 tiempos, exhala en 6.  Inhala en 6 tiempos y exhala en 8. (La exhalación larga estimula el nervio vago que envía la señal de relajación al sistema nervioso )

-Recorre con atención tu cuerpo desde los pies hasta la cabeza, notando las sensaciones en cada parte

  • Crea espacios de diálogo, de conexión nutritiva con tus familiares y amigos. Habla con tus amig@s/ terapeuta, comparte lo que sientes, exprésate.  En casa promueve espacios para que tus hij@s puedan hablar de lo que viven y sienten. Compartir cuentos puede hacer de esta experiencia algo fluido y disfrutable

Los talleres de El jardín de la calma -para niñ@s de 8 a 12 años- son un espacio lúdico, de diálogo y reflexión, divertido, creativo y colectivo para aprender a acompañar las emociones y conectar con la calma.

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